De por qué el Sr. Vimbodi quemó el cajero automático

Hacía un frío de cojones. Durante el pasado otoño, y parte del invierno, se había batido con creces todos los récords de calor, y precisamente el día en que se veía obligado a salir de casa para hacer una gestión amanecía con los coches convertidos en témpanos de hielo. “Me cago en mi estampa”, gimió por lo bajini al tiempo que se disponía a patinar por la congelada acera. “A ver si no me rompo los jodidos cuernos”, añadió.

 

Más ataviado para emprender una aventura ártica que para cualquier otro cometido, el señor Vimbodi, agazapado en el interior de su pelliza, irrumpió en el vestíbulo de la sucursal de la entidad bancaria Siempre a su servicio, S.A. Al verlo, el individuo de la porra le obsequió con una de sus habituales miradas de desprecio, pero el cliente no estaba para hostias y se dirigió directamente a la máquina de su turno.

 

Tras coger el papelito, se apresuró todo lo que le permitían sus artríticas piernas para ocupar el último asiento que quedaba libre.

 

 

─Pssss, Pepe, veo que tú también has tenido que dejar la guarida... ─oyó decir justo a su lado.

─¡Hombre, Bartolo! ¡Si pensaba que ya la habías palmado! ─y soltó una socarrona carcajada.

─Pero bueno, Pepe, ¿a ti no te enseñaron en la escuela eso de que “bicho malo nunca muere”?

─No, aquella clase me la perdí. Recuerdo que la cambié por unas pajillas junto a las vías del tren. Eso era lo que más nos gustaba hacer cuando hacíamos pellas; sin olvidarnos de cuando íbamos al bar del Dioni a jugar a los marcianitos. ¡Qué tiempos aquellos!

─¡Sí, qué tiempos! ─se relamió los labios, como si estuviese saboreando sus recuerdos.

 

Mientras conversaban los dos ancianos, la empleada que estaba en ventanilla iba llamando a los clientes por estricto orden de llegada. “Qué bien estaría una caja rápida para nosotros los de la tercera edad”, pensó el señor Vimbodi observando la cola, meditabundo.

 

─Está claro que cuando uno se jubila o enferma ya puedes ir pensando en morirte ─dijo al fin Pepe dándole con el codo a su amigo.

─Eso mismo lo he pensado yo muchas veces, que esta sociedad está hecha para las personas jóvenes y sanas.

─Muy cierto eso que dices. Y es que ahora te obligan a usar Internet hasta para limpiarte el culo.

─¡Vamos, exagerado, que se le van a ver los sesos!

─Ya te digo, amigo Bartolo. En toda mi vida no he estado tan puteado como desde que dejé de trabajar; ni tan siquiera lo estuve tanto haciendo la puta mili en el Cerro Muriano, con aquel sargento chusquero que me mandaba a pelarme un día sí y al otro también. Es jubilarte y ya todo lo que recibes por parte de la sociedad son miles de trabas, aparte de que te hacen sentir un completo necio. Que si usted tiene que pedir cita previa por teléfono, que si dispone de toda la información en nuestra web, que si tiene a su disposición el cajero automático... ¡No si cualquier día tendremos que hacer un máster de esos para poder sonarnos los mocos!

 

***

 

Mercedes Larra, más conocida por gran parte de la clientela como Merche la expeditiva, de antiguo ostentaba el récord de despachar a un cliente en el menor tiempo posible, concretamente en ocho segundos. Vamos, lo que según los sexólogos dura el orgasmo en los hombres.

 

 

─¿En qué le puedo ayudar, señor Vimbodi? ─dijo Merche observándole por encima de sus gafas.

─Pues vengo a sacar cien eurillos, lo que necesito para pasar la semana.

─No es problema: serán diez euros de comisión.

─¡Un billete de diez euros! La próxima vez no te cortes y te pones directamente el pasamontañas, que ya nos vamos conociendo todos ─farfulló el vejete, con tal vehemencia que se le escapó un cuesco.

─¡Dios, qué mal huele de repente! ─exclamó la empleada, tapándose la nariz─. ¿Usted no nota esta peste?

─No, lo siento. Casi perdí el olfato con lo de la Covid. Aunque, bien mirado, veo que usted se ha puesto roja...

─¡Ya está bien, vayamos al grano! Si al menos sacase mil euros, entonces no le cobraría la comisión por reintegro.

─¡¡No me joda!!

 

Aunque visiblemente contrariado, Pepe accedió a retirar una cantidad de mil euros; de ese modo al menos aportaba su granito de arena, con el fin de no seguir alimentando a aquella bestia que se estaba haciendo cada vez más poderosa, a costa del sacrificio de tantas hormiguitas como él mismo.

 

─Aquí tiene su dinero, señor Vimbodi. ¡El siguien...!

─¡No tan rápido, Merche! ─la cortó en seco a la vez que se metía cien euros en el bolsillo del pantalón─. Ahora me gustaría ingresar novecientos euros...

 

Y fue entonces, en cuanto se apagó el eco de la última petición hecha por aquel cliente, cuando Merche la expeditiva se puso su capa de supervillana y, exhibiendo una sonrisa salvaje, apuntó con el dedo índice hacia la calle, espetándole aquello que le resultaba tan familiar.

 

─Lo siento mucho, pero para ingresos hay que utilizar el cajero automático.

─¡¡¡Y una mieeeerdaaa!!!

─¡¡Seguridad, seguridaaad!!

 

Ya a salvo, Pepe Vimbodi emprendió el camino de regreso a su pisito. Un sol impropio de la estación le empezaba a chamuscar la frente, y, sin saber cómo, una pregunta se coló en su cerebro: ¿yo también me beneficiaría del descuento estatal aplicado a la compra de gasolina?

 

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Comentarios

jm vanjav
hace un año

Hola, Beri. Aunque el tono de tu relato sea de caricatura, en lo tocante a los bancos se puede quedar hasta corto. Como no te arregles por la aplicación o Internet y tengas que ir presencialmente a la sucursal que no te pase nada. 😂
Has dado en el clavo con el tema escogido, saludos y suerte.

Maite-Volarela
hace un año

Ja, ja, ja.. Has hecho una sátira genial de la situación actual del Poder sobre el individuo. Cuántos nos hemos reconocido en ese pobre hombre "toreado" para sacar lo que le pertenece.
Me encantan los personajes locos que has creado, y sus fotos!
Muy bueno!
Un abrazo 😊😊

Bruno
hace un año

Hola, Beri. Pues yo no soy tan viejo como el señor Vimbodi (al menos eso espero) pero igual de perdido me encuentro con estas nuevas maneras que nos tienen de atender, ya sea banco, médico o compra de pan, je, je, je.
Un muy buen trabajo. Felicidades y buena suerte.

delaFlor
hace un año

Hola Beri.
Realismo puro y duro. La tecnología hace más evidente las brechas generacionales. En definitiva, el progreso. Si no le sigues el ritmo, te quedas atrás.

Pedro Merchan
hace un año

Hola, Beri. Realismo sucio mezclado con comedia y denuncia social, todo en uno. Me ha gustado mucho el protagonista y los diálogos de los tres personajes, porque resultan muy creíbles y cercanos. La escena está fantásticamente montada. Al final, entendemos que el relato es un precuela del titulo, jajaja. Eso me encantó. Mucha suerte en el concurso.
Un abrazo.

Estrella Pisa Padilla
hace un año

Estupendo relato, Beri.

Mucha suerte en el concurso.

Puri
hace un año

Hola Beri, que real la situación que cuentas y como el final entendemos la decisión tomada por el protagonista.
Un abrazo
Puri

Merche
hace un año

¡Hola! Un relato lleno de humor, ironía y realidad, muy bien argumentado y narrado. Buena participación. Un abrazo. :)

Octavio
hace un año

Hola, Que buen relato, me he reído un mundo hasta que recordé mis propias experiencias con el banco... ja ja ¡Saludos!

El Demiurgo de Hurlingham
hace un año

Que molesto que resultó el protagonista.
La imagen con la mujer de anteojos representa muy bien a la empleada del canco.

Un abrazo.